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"...Y NO VIVIERON FELICES PARA SIEMPRE..."

  • Vanessa Uribe H.
  • 2 jul 2014
  • 5 Min. de lectura

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(...) Estoy exento de toda finalidad, vivo de acuerdo con el azar (...). Enfrentando a la aventura no salgo ni vencedor ni vencido: soy trágico. (Se me dice: este tipo de amor no es viable. Pero, ¿cómo evaluar la viabilidad? ¿Por qué lo que es viable es un bien? ¿Por qué durar es mejor que arder?”. Ronald Barthes

En nuestra sociedad las relaciones de pareja son medidas por la cantidad de tiempo que duran. Si no fue para siempre, para muchos es un absoluto fracaso. Muchas personas no se casan si intuyen que no va a durar toda la vida. “Cásate con quien sea el/la hombre/mujer de tu vida, de lo contrario, ni lo pienses”. Por supuesto por “la persona de tu vida” entendemos a alguien que estará junto a ti hasta el día que mueras. ¿Qué consecuencias tienen estas ideas para los matrimonios o las parejas? ¿Quiénes resultan beneficiados con esto? ¿Qué ganamos y qué perdemos cuando creemos que lo que vale la pena es lo que dura para siempre?


En mi consultorio a menudo escucho a hombres y mujeres, con lágrimas en sus ojos, decir: “soy un fracaso, mi matrimonio terminó”. Me detengo, los observo conmovida, y me pregunto: ¿cómo llegó él/ella a concluir que ES un fracaso? ¿Qué creencias sostienen esta idea? Sin duda, está la creencia, heredada generación tras generación, de que el matrimonio NO DEBE terminar, la cual era algo útil hace décadas o siglos. Se necesitaba, para garantizar la reproducción y un sistema económico con cierto orden, que la sociedad se configurara alrededor de familias nucleares. También, esta forma de unión se fomentaba en un contexto religioso. Pero, ¿y ahora? ¿Cuál es el beneficio?


Mis pacientes y conocidos continuamente “desechan” años de relación porque llegaron a su fin. Eso sólo hubiera valido la pena si ahora pueden llamarse a sí mismos “viudo” o “viuda”. Si la palabra es divorciado(a) o separado(a) nada tuvo sentido, me equivoqué, me traicionaron o traicioné a alguien, no fui capaz de algo, estoy derrotado(a), las apariencias engañan, etc. Por lo general, no veo ningún beneficio en estas conclusiones, veo que las personas se hunden todavía más en su duelo. Y cuando intentamos rastrear cómo construyen sus opiniones, a qué o a quiénes les son fieles al pensar así, nos sorprendemos: no siempre hay claridad. No lo saben muy bien. O sí lo saben: “mi mamá me enseñó…”, “la Iglesia lo dice…”, “todo el mundo lo logra y yo no…”.


También encontramos un pensamiento característico de nosotros los occidentales: “si funciona, hágalo”, “si da buen resultado, fue algo bueno”, “si el resultado es malo, hay que mejorar los errores que seguro hubo”, etc. Si la relación dura un mes, fue algo insignificante, no hay por qué llorar. Si duró años, sí es importante y terminarla es una derrota. Es como si fuera posible medir los sentimientos en tiempo cronológico y con base en esto se emite un juicio que condena.


En mi opinión, olvidamos algo fundamental que ya nos ha enseñado el filósofo Martin Heidegger (1889 – 1976). Maravíllate porque las cosas son, cuando podrían no ser. Regresa a valorar que algo ocurra o exista, porque podría no haber ocurrido o no existir. Nos hace falta recuperar el valor del camino, del proceso, y no solamente del final o del resultado. Las relaciones de pareja, medidas por dicho resultado, se transforman en una carrera a vencer, una competencia que resistir, un marcador a veces vacío, sin sentido. Si compartir la vida con otro tuviera otro objetivo más importante, simplemente el de vivir lo que sucede HOY, dure lo que dure, y por eso ser de inmenso valor, nadie sería un fracasado. ¡Todos seríamos exitosos!


Lograr conocer a alguien, enamorarse, decidir estar junto a él, compartir proyectos, amarse y crecer juntos, es en sí un éxito. Porque podría nunca haber ocurrido. Esa persona que está a mi lado pudo nunca ser, no estar para mí. Y viceversa. Pero OCURRIMOS. Sucedió o está sucediendo. Y eso es una maravilla en este universo infinito de coincidencias, espacios, posibilidades y azar.


Tu matrimonio o tu relación ya es/fue un éxito. Un logro. Una maravilla. Porque ES, cuando podría no ser. Es similar a la vida. Estar vivo es un espectáculo, porque podría estar muerto, podría morir en cualquier instante pero sigo siendo y estando aquí. Todavía soy, existo. Casarte o vivir con alguien fue un hecho extraordinario, ocurrió, y aunque terminó y no duró toda la vida, FUE. Cada día valió la pena porque esa es la vida: un periodo corto. Un breve espacio en el que suceden muchas cosas y otras nunca pasan. Y en esa sucesión de experiencias se da la vida, se vive y se goza esto que terminará. ¿Para qué hacerlo si no es para siempre? Pues para eso, para vivirlo. Para atravesarlo. Es hacerlo “en nombre de que existe y ocurre”. Es acudir a lo que me pasa hoy contigo, a que decido estar ahí. No por su duración, sino porque YA ES. Y COMO YA ES, LO HONRAMOS. Le hacemos espacio, lo disfrutamos, lo sufrimos, lo seguimos creando. Y porque existe, es maravilloso.


Desearte entonces “que tu matrimonio sea todo un éxito” es omitir que ya lo es. Es darnos el mensaje de que es la cantidad de años lo que cuenta. ¿Y eso a quién le sirve? No con esto quiero decir que debemos dejar de intentar que nuestra relación dure. Sólo invito, como Heidegger, a ir un paso atrás. A primero valorar que es o fue, para después determinar qué adjetivos quiero ponerle. Olvidamos algo esencial: la vida no vale la pena por su duración sino porque ocurre. El amor no es valioso sólo si dura años, es maravilloso porque ocurre, porque me sucede y transforma mi vida mientras acontece.


Una vez una paciente me decía: “mi relación no funcionó, yo no funcioné bien como esposa y él no llegó a ser el esposo para toda la vida que yo quería”. Es conmovedor. ¿Qué subyace a esta idea? ¿Cómo es un matrimonio que sí funciona? ¿Cómo es una esposa(o) que funciona adecuadamente? Pareciera que el criterio de evaluación gira en torno a la duración de la relación. Quería decirle: “¡Claro que funcionó! Funcionó por siete años y sucedió en tu vida. Nada más dejó de ser, terminó, pero eso no necesariamente te convierte en un fracaso…” Por supuesto no podía decirle esto, teníamos que revisar primero cómo llegó allí y comenzar por un examen de sus creencias sobre el matrimonio o las parejas, antes de que ella quiera concluir que es una persona derrotada o inadecuada.


Estas son algunas de las reflexiones que tengo alrededor de las diferentes creencias que hay acerca de las relaciones de pareja, las cuales realizo junto con mi cliente para descubrir a dónde nos llevan. No es la única forma de ver las relaciones, no es mejor o peor que otras, no demerita la experiencia de dolor y fracaso que atravesamos en una separación, nada más invita a revisar nuestra perspectiva del amor, entender cómo llegamos a creer en lo que creemos y qué consecuencias está trayendo a nuestro proceso de duelo.

 
 
 

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